Joyas latinoamericanas: entre el encanto y el peligro
Múltiples joyas arquitectónicas de la antigüedad latinoamericana y grandezas naturales esparcidas por estas tierras, pudieran desaparecer por los efectos del tiempo, “el implacable, el que pasó”- como dice el poeta-, pero también por la desidia humana.
La indolencia de varias generaciones, causa fundamental de los cambios climáticos cuyos efectos percibimos cada vez más, está en el sustrato del riesgo que corren obras colosales como la peruana ciudad de Machu Picchu; el salvadoreño Tazumal; o la majestuosa Teotihuacán, en la planicie central de México, entre otras.
El 19 de octubre de 2004, medios de difusión latinoamericanos propalaron que la pared sureña de una estructura menor del Tazumal- una de las ruinas arqueológicas mayas más importantes del hemisferio occidental- había caído por efecto de la desatención a la conservación, restauración y recuperación del patrimonio cultural local.
Mientras las autoridades salvadoreñas culpaban del desastre a las lluvias filtradas por las grietas provocadas por anteriores terremotos, arqueólogos e historiadores insistían en que la estructura apenas fue repellada con cemento a mediados del siglo XX y jamás retocada a pesar de los sismos registrados entre enero a febrero del 2001.
Informes de la Organización de Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, señalan que de modo similar, la también identificada como la Ciudad Perdida de los Incas, pudiera destruirse progresivamente por el excesivo flujo turístico en la zona, donde las visitas anuales rebasan las 800 mil personas.
El desproporcionado y poco controlado crecimiento urbano, la construcción de hoteles y restaurantes en la localidad aledaña de Aguas Calientes, y la progresiva erosión de las riberas de los ríos, también amenazan a Machu Picchu- montaña vieja en lengua quechua-, construida en homenaje al fundador del imperio, Pachakuteq.
Las quebraduras en algunas de estás y otras edificaciones históricas o la pérdida parcial de ellas son fruto de la mala gestión gubernamental y de abusos cometidos con el propósito de atraer al turismo hacia esas reliquias arquitectónicas, evidencias de una creatividad desmedida, mas no siempre valorada como corresponde.
El libre acceso a tan delicadas piezas, obra de los pobladores del subcontinente seis siglos antes, las afecta seriamente y se suma a los impactos de las inclemencias del tiempo.
Tales peligros acechan de igual modo a algunos de los patrimonios naturales ubicados en los países situados del Río Bravo a la Patagonia, donde la pesca ilegal, la tala indiscriminada, la sobre explotación impulsada por las transnacionales del norte, y otros confluyen en detrimento de importantes reservas ecológicas.
Directivos de la Fundación Marviva denunciaron que al menos nueve lanchas tripuladas por pescadores ilegales saquearon en menos de un mes- julio de 2008- las aguas de la costarricense Isla del Coco y cargaron con ejemplares de valiosas especies marinas.
Los representantes de la agrupación ecologista aseguraron que la pesca ilegal en esa zona ocurre a “vista y paciencia de los guardaparques” y que las autoridades gubernamentales no ejercen su función de resguardar la importante área marina protegida.
El fenómeno identificado como calentamiento global, resultante en gran medida de la tala indiscriminada y de los daños infringidos a la capa de ozono por la constante emisión de gases a la atmósfera, acecha igual a la selva amazónica suramericana.
Un previsible aumento de dos a tres grados centígrados en las temperaturas, transformará entre 30 y 60 por ciento de la superficie del llamado pulmón verde del mundo en una sabana seca para el año 2050, coinciden científicos y ambientalistas.
También el aumento de la temperatura del agua y la acidificación del mar, cuestiones vinculadas al progresivo cambio climático que amenaza incluso a la especie humana, provocaron daños en más del 40 por ciento de los 297 kilómetros de arrecife de la barrera coralina de Belice, situada en áreas del Mar Caribe.
¿Hacia dónde vamos?, cabe cuestionarse, porque como señala el teólogo Leonardo Boff, parece que resulta más fácil enviar personas a la luna y traerlas de regreso que hacer que los humanos respeten los ritmos de la naturaleza.
Formar una alianza mundial para cuidar de la tierra y a unas personas de las otras, o correr el riesgo de nuestra destrucción y de la devastación de la diversidad de la vida, es la principal meta que sugiere con respecto a estas problemáticas el ex sacerdote católico brasileño.
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