Bailarle a los zompopos, aconseja la tradición en Nicaragua
Tambor y danzas aconseja la tradición popular en la isla nicaragüense de Ometepe contra las plagas de zompopos u hormigas cabezonas que pululan por ese territorio y otros en este país centroamericano.
Según la leyenda, la práctica comenzó una vez que esa ínsula fue invadida por esos insectos parecidos a las marabuntas, que en apenas una noche pueden deshojar a un árbol o acabar con un huerto de hortalizas, llevárselo todo, y escapar sin mayores problemas.
Frente a la avalancha de zompopos, cuyas colonias pueden exceder el millón de ejemplares, los devotos de San Diego de Alcalá, en el municipio de Altagracia, decidieron sacar al santo en procesión y bailarle a su alrededor con una ramita en la mano, pidiéndole que los ayudara.
Asegura la mitología popular que la plaga terminó con ese rito y entonces comenzaron el fervor religioso por la deidad y la danza masiva dedicada a ella.
Ahora cada vez son más lo que acuden a esos festejos, que suelen llegar acompañados de caballitos, avioncitos, corridas de toros callejeras, juegos competitivos y gran cantidad de puestos de venta de fritangas, cervezas, chichas de maíz y otras delicias para el paladar.
La escena se repiten cada año en el mes de noviembre: parte de la muchedumbre que llega desde regiones distantes a la isla de Ometepe, y en particular a su centro urbano Altagracia, acompañan al santo por las calles en las noches con una rama verde de cualquier clase y tamaño.
Resulta todo un espectáculo ver moverse ese mar de hojas de árboles o arbustos pequeños al compás de la música, que incita a bailar sin cesar a quienes las portan y agitan de arriba abajo, como quien esgrime un arma letal contra una imaginada plaga de zompopos.
ORÍGENES
Especialistas concuerdan en que el origen de esa danza en Nicaragua está emparentado con la tradición cultural de Alcalá de Henares, España, donde es venerado el santo que destacó en vida por proteger y rogar por las personas pobres, así como por hacer milagros.
El más apreciado de los beneficios presuntamente otorgados por San Diego de Alcalá fue la protección de las cosechas, que en ese territorio español quedaron destruidas una vez ante una invasión de esas hormigas.
Para el investigador Hamilton Silva, los frailes franciscanos fueron los que trajeron esa imagen católica hasta la isla de Ometepe, a la cual los indígenas terminaron bailándole como hacían con sus dioses originales.
La diferencia es que los primeros pobladores de estas tierras tenían un buen número de ídolos a los que adoraban al ritmo de los atabales -grupo conformado por dos tambores bombos, seis medianos y cuatro pequeños-, a los cuales también les ofrecían muchas veces sacrificios humanos, acota.
A juicio del autor de Ometepe su historia, mitos y leyendas, esta fiesta de Altagracia es una de las más grandiosas en este país centroamericano, porque refleja la identidad, las raíces y tradiciones de este pueblo, que aún conserva muchos rasgos indígenas.
Evidencias históricas halladas en la parroquia de esa ciudad demuestran que al llegar los españoles, los nativos conservaban sus tradiciones y hacían rituales a sus dioses, al son de tambores alrededor del ídolo o del dios presente.
"El baile de El Zompopo data de esa época, cuando los españoles hallan a nuestros aborígenes haciendo todos sus rituales en sus sitios sagrados, ellos quisieron conquistarlos usando métodos para atraerlos, hacían festividades, daban comidas y cerca llevaban a San Diego de Alcalá", afirma el historiador.
Así es como entró el cambio, la transición de la danza indígena destinada desde sus inicios a atraer bonanza a los cultivos, al baile colonial, sentenció.
Tras popularizarse muchas fueron las innovaciones que le dieron un sello especial a El Zompopo, cuyas manifestaciones primarias estaban asociadas a la necesidad de pedir algún favor especial a los dioses.
Silva afirma que muchas veces esos cultos incluían el sacrificio de indios jóvenes, casi siempre cerca del lago o en las faldas del volcán, pero cuando los españoles llegaron esto acabó.
Aunque el baile se conservó, comenzó a responder a un dios nuevo que los foráneos impusieron, junto con sus trajes, subrayó.
Faldas voladas y largas, con colores variados y flores sobre sus cabezas, conformaban el vestuario de las jovencitas que interpretan la danza de El Zompopo, pero en la versión moderna, estas utilizan pequeños y coloridos atuendos, en tanto los muchachos bailan sólo con pantalón.
Paralelo a ello son ofertadas ricas bebidas elaboradas con maíz y platillos de comidas tradicionales, como el pescado y sardina seca en baho; el come y cállate -guineo molido con cuajada-; el peor es nada -plátano asado con chicharrón- y el macho cansado -guineo molido, con algún aditivo.
Ello puede apreciarse cada noviembre, cuando comienzan las fiestas patronales en Ometepe y por varios días los isleños pagan promesas a San Diego, asisten a oficios religiosos, sacan en procesión la imagen del santo y le bailan El Zompopo.
Por lo general las celebraciones inician en la noche del 31 de octubre, cuando los isleños sacan a pasear por las distintas calles de Altagracia al ícono religioso y los atabales hacen temblar la tierra, acompañados de dos poesiyeros o copleros que compiten entre sí mediante sus versos.
Un prolongado Aaaaaay, que hace callar los tambores, anuncia cuando uno de estos poetas populares comenzará a improvisar y de paso, a competir con su metal de voz con los cohetes de pólvora y otros juegos pirotécnicos que recorren el aire.
Mientras es repartido el atol -bebida hecha a partir de harina de maíz, disuelta en agua o leche hervida, con canela, azúcar y una pizca de sal-, para agasajar a los concurrentes, igual que la chicha bruja, la horchata y otras.
Durante esas jornadas la imagen de San Diego sale todas las mañanas de la iglesia, después de una misa, para la casa de uno de los lugareños, y en la tarde visita otra, donde es velada hasta el siguiente día.
Pero quizás la actividad más singular de este ritual es el Tope, encuentro entre una réplica pequeña del santo y la imagen grande del mismo, que es la que visitó todos los días diferentes hogares.
Este momento cumbre tiene lugar el 12 de noviembre y es probablemente el de mayor algarabía, por cuanto la gente baila El Zompopo al ritmo de los tambores y recordando la plaga que hubo hace muchos años.
El 13 de noviembre es el Día de San Diego y en su honor se acostumbra hacer una función solemne, en tanto el 16 y el 17 los creyentes pagan sus promesas de distintas maneras.
Desde la noche del primer día es repartido el tibio, otra bebida típica, y al amanecer se realiza la oración de la alborada, luego de la cual el pueblo vuelve a volcarse a las calles para bailar El Zompopo.
La procesión del 17 de noviembre es otro capítulo de estas festividades, marcadas por el colorido y la generosidad, pues junto a la imagen de San Diego bailan centenares de personas y reparten pedazos de pan, en recordación de la lección cristiana de compartir la comida con los pobres.
Ometepe, la isla más grande del mundo situada dentro de un lago de agua dulce, el Cocibolca, en el centro de Nicaragua, abarca 276 Kilómetros cuadrados y está habitada por 35 mil descendientes de toltecas, mayas, aztecas, nahuales, olmecas, chibchas, tiwanacos, y otros pueblos indígenas.
Los españoles la avistaron por primera vez hacia el 21 de enero de 1522 y en la medida en que avanzaron en la colonización de la misma ahuyentaron a sus pobladores originarios, quienes optaron por refugiarse en las cumbres de los volcanes Concepción y Madera.
Estos primeros padres y madres de Ometepe dejaron tras de sí petroglifos espectaculares que sus antepasados grabaron, quizás inspirados en sus dioses, los cuales los conquistadores europeos obligaron a esconder para imponer los suyos mediante prácticas como las que rodean a El Zompopo.
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Pepe -
pablo alfonso -