Crisis de civilización y no relatos de ciencia ficción
Bajísimas temperaturas y fuertes ráfagas de viento azotan al sistema global en estos tiempos, en tanto el escepticismo se apodera hasta de los más confiados en el poderío acumulado a costa de una ideología enfocada contra los seres humanos y la naturaleza.
Lo que inició como una crisis hipotecaria todavía da signos evidentes de progresión y hasta las economías más pertrechadas del planeta se tambalean. Peor aun, las fuentes de sentidos de vida se deterioran cada vez más, en tanto resulta indetenible el declive del medio ambiente, recursos hídricos, energéticos, y alimentos.
La crisis civilizatoria del capitalismo neoliberal avanza, pese a la obcecada intención de algunos de disimularla: el deterioro en términos económicos marcha aparejado al reforzamiento del carácter coercitivo y policial de los Estados y al descrédito de referentes simbólicos e institucionales que sustentaban la identidad individual y colectiva.
Hecho aceptado es la quiebra del apego al esquema de la familia patriarcal, heterosexual, y monogámica, que vinculaba la relación sexual y la reproducción. Concebir un hijo es posible sin recurrir a un varón, sólo por obra de los especialistas y de la ciencia.
También las dudas circundan a las identidades nacionales. Más que sentirse miembros de una comunidad imaginaria, muchos sujetos procuran defender sus propios espacios en correspondencia con su orientación sexual, etnia, vocación filosófica o religiosa, por sólo citar algunas.
La confianza en las religiones tradicionales, que servían de incentivo a muchos por sus supuestas verdades absolutas, cede terreno ante una realidad mucho más compleja, plural, e incierta, en la que proliferan nuevos movimientos carismáticos.
En tanto, sobre los seres humanos se ciernen otras amenazas: la desertificación rebasa los 400 mil kilómetros cuadrados de hectáreas y el recalentamiento global derretirá gran parte de la masa polar en el corto plazo y no en medio siglo, como se pensaba.
La escasez de tierras y de condiciones en ellas para cultivar frenará la obtención de los frutos necesarios para garantizar la reproducción de los seres humanos, en tanto el deshielo arrasará con mil 500 grandes ciudades y cinco mil pequeños pueblos, en correspondencia con un estudio difundido por la revista Nature. .
El incremento del nivel de los mares provocará a su vez el alza de la temperatura. Esa masa polar de hielo se transformará en agua salada de forma inmediata y podrá en riesgo a la biodiversidad circundante: selvas, ríos, oxígeno, entre otros.
No se trata de una película de ciencia ficción. Investigaciones diversas aseguran también que el río Amazonas descenderá dos metros y medio y el Orinoco metro y medio. Otro tanto ocurrirá sucesivamente en el resto del planeta.
Más vale tarde que nunca. A pesar de estas predicciones, es posible revertir o cuando menos contrarrestar algunos procesos, si se frena la aplicación de la filosofía del despojo expandida desde los años 1980.
Ella descansa en el sustrato de una civilización que, bajo falsos conceptos de modernidad, expandió el credo de que lo más importante era lograr la acumulación del capital y con ese fin, explotó de forma ilimitada el petróleo, del hierro, del carbón, del uranio, y otros bienes naturales.
El recalentamiento global y la destrucción de la capa de ozono -encargada de reducir las radiaciones ultravioletas a la tierra, perjudiciales para la salud humana y para la vida animal y vegetal-, derivaron de esa manera de concebir el desarrollo.
Igual, la inexistencia de un orden internacional político estable y vertebrado, el derrumbe del sistema económico mundial, y el desmoronamiento de los grandes discursos ideológicos configurados a partir del siglo XIX.
¿Qué podía esperarse de un sistema en el cual la industria automovilística, la más irracional de todas por lo que supone en consumo de energía, producción de gases de invernadero, y pavimentación del planeta, pretende nutrirse en el futuro del alimento humano: maíz y caña?
El absurdo progresó en la misma medida en que las arcas se fueron abarrotando de papeles sin respaldo en oro. Cada propuesta de solución, puso al descubierto un mayor despegue de la realidad.
Otra vez la historia: crisis civilizatoria similar progresó entre los siglos XVII y XVIII. El feudalismo entonces era la fuerza gobernante y su respaldo ideológico, el catolicismo. Pero emergieron los teóricos burgueses. Sus ideas reflejaron el nacimiento de una nueva era histórica. El poder constituido en muchos siglos tambaleó y la burguesía tomó su lugar.
En esta primera década del XXI presenciamos un encadenamiento internacional de derrumbes productivos, financieros e ideológicos, sin antecedentes en la historia del capitalismo. Los estados de los países bendecidos económicamente casi aceptan sus limites para superar la crisis.
Para algunos economistas, la avalancha de dinero que estos arrojan sobre los mercados en auxilio a los bancos y a varias empresas transnacionales, lejos de frenar el desastre en curso creará las condiciones para futuras catástrofes inflacionarias o burbujas especulativas.
El capitalismo mantuvo formas sociales parasitarias capaces de depredar a las fuerzas productivas hasta paralizar el sistema y dejarlo incapacitado de reproducirse, al borde de la muerte por ahogamiento ante la podredumbre, afirma el argentino Jorge Beinstein.
Entre estas el académico distingue el militarismo y las deformaciones financieras que marcaron su cultura, su desarrollo tecnológico, y sus sistemas de poder. El discurso de la reconversión neoliberal, del reinado absoluto del marcado, marcó el punto más alto de esta tendencia en el último lustro del siglo XX.
En los primeros años de esta centuria comenzó a desmoronarse tal orden. La economía de los países centrales se degradó velozmente y burbujas financieras de todo tipo (inmobiliarias, comerciales, de endeudamiento, y otras) poblaron el planeta, recuerda Beinstein.
Frente a tales dinámicas se reafirma la certeza: prioridad es derrotar al capitalismo, sin desestimar su capacidad demostrada de recomponerse en grandes batallas o condenando a un museo su legado científico -técnico. Eso si, urge estudiar y diseñar propuestas midiendo sus posibles efectos sobre la naturaleza y el sistema de relaciones entre los seres humanos.
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